ARANJUEZ, A TIENTAS DE UN SONIDO

Entre silencios y compases, hay un niño ensimismado, perdido entre acordes y olores de magnolias। Su maestro de música le explica que pasarán del solfeo a las clases de piano y que la tarde ya viene como una novia del tiempo. El infante de rostro muy español, asiente y suavemente se acerca a sentir las partituras. El niño y la música son la misma cosa. Él, sólo mira los sonidos, escucha y observa por los oídos. Nada lo detiene a transfigurar su propia naturaleza, su propio mundo.

Joaquín Rodrigo, es el nombre del niño, que de su ceguera no hizo más que su inspiración, su evocación sublime, ilimitada, impostergable a un adorable cosmos de acordes y sensaciones.

Suena, Joaquín Rodrigo, como el nombre que trascendería en la historia de la música y que hoy a través de su obra inmortal: “El Concierto de Aranjuez”, atraviesa el oxígeno de quien respira sus ondas sonoras.

Con el “Concierto de Aranjuez”, Joaquín nos ha dejado más que melodía, una historia y una clara percepción del ser humano y su dinámica existencial.

Una breve sesión de sinestesia, es decir, una arriesgada mutación de sonidos a imágenes, nos podría acercar al autor y su obra. Imaginemos. Son lo días de posguerra, el desorden todavía juguetea en las calles de París hacia 1940. La tecnología es aún una amante lejana y la realidad una señora quejona. Joaquín, huérfano de un mundo exterior, recaba breve las tensiones citadinas, pues las suyas son más fuertes. La pobreza ha invadido sus espacios, un absceso le puebla el ojo y Victoria, su amada que ahora con él son uno, ha perdido su bebé.

Sin embargo, la música para Joaquín siempre ha sido su verdadera realidad, ese mundo posible al que su ceguera lo ha conducido. Y allí, en medio de tormentosos segundos ha nacido la inspiración. Los jardines de Aranjuez, -su olor seguramente- le traen a Joaquín los momentos más amables de su luna de miel con su amada Victoria, esa hermosura que tiene el recuerdo cuando más que nostalgia, es un doble presente. Ahí nace una de las piezas más representativas del siglo XX, El Concierto de Aranjuez.

Gran obra que por su calidad, resulta ser un ícono de la música académica española a nivel mundial. Está dividida en tres movimientos: Allegro con spirito, Adagio y Allegro gentile, en los que la guitarra parla dolcemente y a veces fortemente con toda una orquesta. Es una simbiosis entre lo clásico y lo popular muy bien lograda, que al pasar el tiempo ha legitimado la inclusión de la guitarra dentro de la música académica.

“El Concierto de Aranjuez”, nos recuerda las pasiones humanas, los sentimientos sublimes y esas sonrisas retorcidas que trae el destino entre sus brazos. Nos refleja los sentidos silentes y los sentidos más elocuentes. Perpetúa intensa en sus tres armónicos el alma de un niño fallecido y de un padre devastado; pero que a la vez se consuela con certezas musicales. Joaquín, exterioriza su existencia a través de esta obra, en la que de una u otra manera hombres y mujeres nos sentimos de cierta forma reproducidos.

Su sensibilidad impetuosa nos inquieta, nos llama y nos internaliza.

Transmutamos

Des-vemos y jamás desoímos.

Nunca de-sentimos

Porque su música no se desconecta del corazón.

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