OTROS EXILIOS


Kundera se exilió y mientras se exiliaba, aprendía a exiliar y sin pensarlo, acabó descubriendo la taxonomía del exilio. Como Colón, quiso ir a las Indias y se encontró con América: su exilio de la sociedad, es derrumbar lo totalitario, en lo axiológico más que en lo político. Es precisar la lítost, ese “estado de padecimiento producido por la visión de la propia miseria puesta repentinamente en evidencia” .Puntal de “El libro de la risa y el olvido”.

Su novela hace lo que puede hacer, vivir en completo concubinato con la risa, el olvido, la memoria, la levedad, la frivolidad, la lítost, el exilio y el autoxilio.

Corren los días del comunismo soviético en Praga, entonces ciudad de Checoslovaquia, ahora República Checa. Kundera es uno más de los cientos de escritores y científicos exiliados en Europa. Desde 1975 reside en París y aún escribe. El exilio ha rajado la cortina de Kundera, un exilio de contornos diferentes.



Aunque para muchos, “El libro de la risa y el olvido” se trata de una historia más de un checo exiliado, por una típica cadena de causas y acciones, como el totalitarismo político y la mutilación de las libertades; en cambio, sostengo que se trata de dejar claro al exilio como un hecho liberador, en todos los caminos posibles.

En esta obra, el olvido es una forma de exiliar la memoria, es exiliar la risa normada de la que podría ser, es exiliarse a sí mismo del deber ser hacia lo que se quiere ser. Es como lo decía la poeta checa Vera Linhartova (quien ya planteó al exilio como un hecho liberador), elegir el lugar donde se quiere vivir y la lengua en la que se quiere hablar.

Más valorativo que político, más humano que nada. El mundo es mi representación, diría Schopenhauer. Sin anquilosar argumento alguno, Kundera construye las siete partes de su novela como retazos, como burbujas de sueño, como preguntas abiertas. Como si a propósito, quisiera que olvidemos el capítulo anterior.

Su recurso de contar varias historias, no se pierde en esta ocasión. Sus hombres polígamos, sus mujeres enamoradas, sus arrebatos surrealistas y sus escenas en las que el sexo es gas de Coca Cola, viven según la ley de sus propios cuerpos.

“El poder es la lucha de la memoria contra el olvido” y ¿qué ocurre más adelante? Ejemplo: Mirek tuvo relaciones con Zdena hace veinticinco años, luego a Mirek sólo le quedaron algunos recuerdos. Ahora Zdena es nada. Escayola que ya cayó.

Kundera exilia a sus personajes entre sí, en su jardín en donde “todos son allí notas de una maravillosa fuga de Bach y los que no quieren serlo no son más que puntos negros inútiles y carentes de sentido”. Es más, Kundera se ve así mismo en ellos y en sus definiciones, como si idílicamente armara una biografía enmascarada.

El hecho liberador se desprende del olvido. Para ser libre es necesario olvidar. Para convertirse en un nuevo ser es preciso deshacerse de las anteriores vestiduras, de los antecedentes. El exilio en Kundera, no es huir, es más que eso, es atreverse a reinventarse. Es reírse de la etapa adolescente, es superar la lítost, extirpar la venganza que ésta supone, aun cuando la persona que está poseída por la lítost se vengue con su propia ruina.

Tamina encarna la memoria, ella la que no puede acostarse con otros hombres, porque ve en todos la sombra de su marido ya muerto e intensamente porque nunca lo ha hecho. Una fórmula necrófila que le inyecta su veneno. Cuando por fin se reinventa, se venga con su propia ruina. La memoria se suicida en su afán por ser olvido.

En esta metáfora, el olvido significa ganas de vivir. Hablar de uno mismo, porque la memoria son muchas voces. Son los amigos de Tamina vestidos de avestruces. Son los libros que están en contra del olvido, incluso éste.

Las cartas irrecuperables de Tamina, la memoria del asco, la memoria de la ternura, nos recuerdan el afán por escoger una hipócrita brújula. Una lítost que angustia y resiente.

Pero, sentar en la misma mesa el olvido y la risa, ¿aniquila la lógica? El olvido y la risa, per sè burlan la lógica, no son pensables desde ella, y es tautológico decirlo, son pensables desde sí mismos. Inmedibles, de palabras imprecisas. Así Kundera, habla de ellos en los sueños, en sus personajes, un sainete de Bocaccio, Goethe, Petrarca y Voltaire. Los traslada a un osado escenario impensable desde la lógica, pero verosímil en tanto broma, porque “la broma es enemiga del amor y la poesía” y “el amor nada tiene que ver con la risa”.

Centrífugas fuerzas a estas saetas del verso une. Y así como las memorias son de clases diferentes, las risas siguen opuestas en un mundo donde se las confunden en todo-risa. Acierto de Kundera, hipnotizar las vagas aproximaciones de lo que se define como memoria, como venganza-hipocresía (lítost), como risa. Las subclases siempre han estado allí y nadie ha pasado por ellas. El autor se atreve a refinar las definiciones e incluso de forma más extrema, relativiza las sensaciones.

Recurrente. Distingue la risa del diablo y la risa de los ángeles. La risa del presente, la risa desde el pasado, desde la memoria. La risa diabólica, la que surge natural, la que no ha sido fabricada, ni expuesta a una situación predicha. La de los ángeles, la que es burla, la que se preproduce, la que es lítost. Un terreno metálico.

La risa en Kundera no es rosa, es gélida y pálida. Magra y bohemia. Afilada pero bella. Un gato negro, un par de ojos lacustres.

Su estilo no acepta devoluciones. Kundera nos exilia a un final que parecería inicio, independencia de una patria. Tamina se interna en la ciudad de los niños y descubre su sexualidad muerta en una sexualidad infantil. Como si hubiese regresado a la etapa previa de aquella a la que quiere olvidar. Antes de él era niño, por eso es preciso comenzar en la etapa que antecede al recuerdo, a la edad en que la memoria se resiste a existir. Un disimulado eterno retorno. Un traspasado convertido en presente posible.

Ella es la reina de los niños. Ellos la desean, la tocan, la besan, pululan en su acuífera sonrisa, en su expresa necesidad maternal. A la totalidad de su cuerpo. Se atrapan en un juego en donde no existe la memoria, y por tanto no existe la culpa. El exilio es un hecho liberador. Tamina no tiene memoria, se ha alejado de la sombra de su marido. No se reprime, se deja andar.

Falla Tamina, falla. Tanto olvido no es posible. Es mujer ¿se ha olvidado de eso? Ya no es parte del juego de los niños. Ese no es su centro, se vacía en el agua. Muere.

“La frontera está siempre con nosotros, independientemente del tiempo y de nuestra edad; es omnipresente, aunque en determinadas circunstancias es más visible y en otras menos”. Con esta frase Kundera nos entrega a sus infiernos de páginas, a sus paraísos, nos exilia de la memoria, nos redime de la burla producida. Nos traduce a la lítost.

KUNDERA, Milan. El libro de la risa y el olvido. Booket, Buenos Aires. 2008

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